Transcribo este texto del blog de Mendieta (Ladrando al viento). Me pareció realmente fuera de serie.
Dice Mendieta aquí:
El héroe kirchnerista no lleva un fusil bajo el brazo. Repitan conmigo: no lleva un fusil bajo el brazo.
El héroe kirchnerista intuye, e intuye porque sabe de sus limitaciones, que no hay más revolución que un reformismo consecuente y obstinado. Y entonces sube las escaleras de a un escalón aunque le sobre aire para hacerlo de a dos. Pero el héroe kirchnerista quiere ganar maratones y cuida el aire.
El héroe kirchnerista coquetea con la épica, pero –sin saberlo, sin notarlo- construye una lírica un tanto desafinada. Humana. Concreta. No hay sinfónicas, pero hay muchas orquestas típicas dando vueltas en sus territorios.
El héroe kirchnerista no es ministro, ni secretario de Estado, pero querría serlo y capaz, incluso, lo es. Porque sabe que es en el Estado, en la administración, en los pasillos grises de los ministerios, en los achatados organigramas de provincias y en las oficinas con tubos de neón de las municipalidades, que se hace carne el sentido humildemente trascendente del hacer política. No es ministro, ni secretario de Estado, ni director ni consejero escolar y no los envidia. No los envidia porque quiere creer -y porque quiere creer entonces cree- que forma parte de un colectivo y porque se siente representado, a veces mejor, a veces peor, pero representado, por la conducción política que hubo y que hay. No los envidia. No envidia el supuesto glamour de las primeras líneas, los choferes y los mozos que te traen café, pero está dispuesto a serlo y a pelear para serlo. No tiene miedo de marearse en las alfombras y las pisa y si es necesario las llena de barro para tapizar de asfalto y de cordones donde había zanjas y pastizales.
El héroe kirchnerista no tiene ni buena ni mala prensa. Es anónimo aunque a veces sale con su nombre en las revistas y en los zócalos de los noticieros. Le gusta verse criticado donde es bueno que lo critiquen. Y le gusta más verse querido donde es bueno que lo quieran.
El héroe kichnerista puede estar en un barrio, en una fábrica, en una universidad, en un barco, en un camión o en un avión. O en una bicicleta. Pero se mueve. Transita. No se ata a lo dado ni a fórmulas matemáticas o determinismos históricos. Es flexible. Se adapta. Transforma y se transforma.
El héroe kirchnerista entiende bastante bien esa discusión menor de café entre peronismo y progresismo. Se ríe, chicanea para un lado y para el otro según quien tenga enfrente, pero sabe que eso no tiene ninguna trascendencia real en la realidad. Y el héroe kirchnerista todas las mañanas reza para no perder nunca el roce con su amada y odiada realidad mientras lee el Boletín Oficial.
El héroe kirchnerista corre el riesgo de dar malas respuestas pero tiene el gusto de hacerse buenas preguntas. Asume el peligro de preguntarse y de aprender de la práctica a diferencia de aquellos que se responden con las teorías y se preguntan con los espejos.
El héroe kirchnerista se conmueve con el pasado, lo honra y lo respeta. Pero ha decidido que ya hubo demasiada oscuridad como para enarbolar consignas que idolatren la muerte. Por eso no está dispuesto a dar la vida, sino a vivirla en una comunidad que viva mejor. Por eso, el héroe kirchnerista es profundamente democrático y gusta de ganar elecciones.
El héroe kirchnerista aprendió a no temer al poder a costa de no tenerlo. Y también sabe que el poder no es uno solo ni está en un solo lugar. Por eso se mueve, olfatea y se manda en su búsqueda. Sabe que, para cambiar lo que quiere cambiar, necesita construir poder. Y le gusta construirlo porque le gusta que las cosas cambien.
El héroe kirchnerista se equivoca. Se tropieza. Duda. Cae. Se levanta y se vuelve a equivocar las veces que haga falta. Es humano. Tiene las contradicciones, las miserias y las maravillas de todo ser humano. Ama, odia, desea, baila, sueña, sufre. Como todos. Porque el héroe kirchnerista es héroe en tanto es uno más de los muchos. Y por eso acepta que hay otros que son otros y que lo constituyen.
El héroe kirchnerista aprende y debe seguir aprendiendo que una cosa es la contrucción partidaria y otra diferente es la construcción en y de un gobierno. Sabe que las dos son construcciones políticas pero que una cosa es el partido y otra el Estado. Y es inteligente para intentar no confundirlas. Y que cuando estás en el Estado tu misión y tu responsabilidad militante es mayor, más compleja. Superior.
El héroe kirchnerista aprendió de leyes, de decretos, de burocracias y de morosidades estatalistas. Y es tanto más héroe cuanto más mueve los herrumbrados mecanismos que le dan cuerda a la administración. Y tiene la argucia y el tino de no ir ni más lento ni más rápido que lo estrictamente necesario para que el mecanismo gire sin romperse. Pero avance.
El héroe kirchnerista a veces no es kirchnerista. Y es radical, o socialista, o comunista o nada. Entonces otro héroe kirchnerista debe saber encontrarlo, escucharlo y aprender de él. Y sumarlo.
El héroe kirchenerista, enemigos, no lleva un fusil.
El héroe kirchenrista, amigos, lleva, bajo el brazo, un expediente. O un acta de constitución de una cooperativa. O una libreta donde están las vacunas para cobrar la AUH.
Hay muchos. Y vamos a necesitar muchos más héroes kirchneristas. Porque nunca sobran.
Y porque todo, aún, está por hacerse mañana.
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