Prácticamente no consigo escribir sobre el asesinato de Mariano Ferreyra. Tampoco consigo dejar de leer sobre esto. Bastante se pensó
aquí y
aquí por ejemplo, pero nada de esto me cierra una idea clara. Creo que sobre todo, porque Mariano Ferreyra tiene la cara de varios de mis ex-compañeros de facultad, porque más de una vez con los Mariano Ferreyras que conocí llegamos al borde de las trompadas, porque siempre me dejaban al borde de la furia por ser ideológicamente serviles a aquellos dirigentes que ponían en la mesa el
background teórico "de fierro" y esperaban a que los pibitos catequizados fuesen a las asambleas o a la calle a poner el cuerpo en un país en el que eso siempre, históricamente, terminó de manera violenta. Historia conocida. Entonces, siempre pensé que fatalmente todos esos pibes un día chocan. Chocan contra la realidad, un día tendrán que mirar para atrás y decir algo del tipo "... puta madre, como pude ser tan pelotudo..." y después reirse un poco de sí mismos y de una forma autocondescendiente completar con un "...bueno, qué querés... estabamos aprendiendo...". Mariano Ferreyra entró en la lista de aquellos a los que no les dieron tiempo de aprender. Lista maldita. Y atrás vienen los cretinos de turno, los que siempre están pensando cuál será el próximo artefacto de especulación política del gobierno, se juntan con la máquina mediática y dale que va... total es un muerto, pero no nuestro, eh? de ellos, todo de ellos... con un poco de suerte les baja la intención de voto. A continuación copio el post de Mario Paulela, publicado hoy en su blog
Pensando la Argentina.
Ya hice silencio. Ya me callé las manos, no escribí. Dejé pasar las horas para ver si podía digerir mejor la muerte de este pibito, apenas cuatro años mayor que mi propio hijo.
Mi amigo Quique me mandó un mensaje ayer: "Van der Kooy en canal 13. Dice: esto va a tener un correlato electoral". Le contesto: "le faltó decir ESO ESPERO".
Veo las fotos de los dirigentes troskos en la mesa de la vieja, en un programa que casi nadie ve, pero del que todos hablan. Me pregunto si importa realmente lo que diga esa vieja hija de puta, el gordo choto de Lanata o Teresa Calandra. Qué se yo. ¿Qué carajo importa lo que piensa Susana Giménez o ese decidor compulsivo de pelotudeces que es el rabino Bergman? ¿Seremos tan, pero tan pelotudos? Los troscos posan seriecitos al lado de la anciana gorilona, que teme hablar mal del Gobierno ante sus siervas, como en los años de los teléfonos blancos. Pino los cobija como un abuelo afectuoso, que se enoja con las cosas malas que te pasan. Ellos miran fijo a la cámara, en la foto que veo. Peinaditos, trajeados, parecen inocentes y todo. Estoy seguro que la vieja gorila no les preguntó sobre ese constante entrismo que constituye toda su acción política: plantar "cuadros" villas, en comisiones internas, copar centros de estudiantes, dividir gremios. Y después, la marcha "para la tele", esa eterna funcionalidad con los proyectos de la derecha, por aquello de las "condiciones objetivas" y pelotudeces por el estilo.
En algunos sindicatos pasa lo contrario. Infectados por la transa con el neoliberalismo, podridos por la traición a sus propias bases, asentados en años de negociados, primero con el Estado liberal y después con las empresas, son dinosaurios fofos y ciegos, que son incapaces, no ya de defender a sus afiliados, sino de impedir el entrismo trosco sin recurrir a matones torpes, matasietes de cuarta que lo único que saben hacer es pelar un fierro y tirar. O sea, inútiles para proteger su propio tejido interno, creen que solucionan algo y perpetran un desastre irreparable. Pedraza es un ejemplo importante, pero no el único. Y a estas alturas no alcanza con que la CGT tenga una conducción integrada por tipos que se plantaron ante el liberalismo y que tienen chapa en la defensa de su gente. No, si por debajo queda toda esta podredumbre.
La patria mediática, el "País Clarín" le pega a Moyano para poder pegarle a Cristina. Le quieren colgar el muerto a toda costa. La Nación es peor aún. Ayer fue una especie de juego siniestro, en el que varios editoriales cubrían el mismo tema: esto es culpa del Gobierno y del sindicalismo (así, en general), sin mostrar contradición con publicar en la misma edición una nota en "sociales" de amoroso recuerdo para Jorge Triaca. En este proceso asqueroso, el muerto es una cosa muerta, un presente griego que nadie quiere. La mancha venenosa.
Dejemos de lado por un momento el grotesco de los medios del oligopolio, que usan el cadáver de Ferreyra para ver si pueden lograr en 2011 llevar a la presidencia a alguno que se deje de joder con Papel Prensa, los hijos de Noble y la Ley de Medios, y que les devuelva el negocio del fútbol. Ese es el horizonte de logros políticos del oligopolio Clarín-La Nación. Dejemos, repito, eso de lado. Veamos la actitud de la segunda selección, de Perfil, El Cronista y toda esa rémora de medios que actúan como aliados de conveniencia de los grandes, sirviéndolos con devoción de sicofantes sin dejar de ser jamás, los primos pobres y medio idiotas. Estos medios, refiriéndonos también a las empresas de las que forman parte, actúan con la impunidad que les otorga su propia pequeñez, diríamos "invisibilidad". De tal forma, lanzan operaciones clásicas de servicios de desinformación con una liviandad notable que deja afuera las más básicas reglas de la ética, sea eso lo que sea para la patria periodística. Para este caso también, la muerte del pibito es una oportunidad para vender más, para facturar más por medio de un "oposicionismo" cerril, salvaje y desproporcionado.
Lo curioso de esto es que, este accionar criminal, que explota a las víctimas con el discurso hipócrita de exponer "victimarios seleccionados" exclusivamente en el anaquel de sus adversarios políticos, los propone de entrada en un amarillismo enfermizo, aunque travestido en "preocupación republicana". Una vieja inercia, de la época dorada del denuncismo que los hizo estrellas. Y los deudos, víctimas secundarias, se entregan a la voracidad mercantil de las cámaras y micrófonos que les otorgan visibilidad a cambio de la entrega de su privacidad, honor y derecho a ser tratados como personas. Un ida y vuelta recargado, continuamente imbuído de una terrible perversidad.
Mientras tanto en Ciudad Gótica, en los canales de televisión por cable, los miembros del gobierno de la Alianza, que hace solamente 9 años huyó del gobierno dejando casi 40 muertos tirados en las calles de todo el país, por causa de una violenta represión ordenada desde el poder, hablan del dolor que les causa la muerte del pibito del PO como si hubieran nacido ayer, y como si fuera verdad que les doliera. Los periodistas que encubrieron masacres como las de 2001 y 2002, se apantallan indignados, sobreactuando contra el único gobierno de la democracia que eligió no reprimir, para ver si le pueden cargar al muerto más importante de la historia: el que salve a las empresas que les pagan sus enormes sueldos, de tener que ceder parte de sus multimillonarios intereses.